Todas las buenas historias se suponen que comienzan con un “Había una vez” y terminan con un “Vivieron felices para siempre” príncipes y señoritas enamoradas, una bruja cruel y un valiente guerrero. Ésta lo tiene, la princesa, el amor de su vida, la bruja… pero no es una historia que le contaría a una hija o a una hermanita… Es una historia que escribí cierto día, bajo ciertas circunstancias… Ahí va, mi historia perfecta....
Había una vez, un príncipe que vivía escondido dentro de un castillo, su tía, una reina temida por ser bruja, lo mantenía encerrado sin salida. Robándole poco a poco su felicidad y vitalidad. Su hermano, un guerrero, se armó de valor y logró infiltrarse y rescatar a su hermano del castillo. Ambos se escondieron en los pueblos cercanos, vagando de pueblo en pueblo, hasta alejarse lo suficiente del castillo, desatando la furia de la reina, que en un ataque de ira, lanzó una maldición sobre el príncipe “Nunca serás feliz, y cuando encuentres la felicidad se te será arrebatada. Solo será feliz en la culminación de la misma”.
Tiempo después, cuando el príncipe y el guerrero se asentaron en un humilde pueblo, ambos eran felices, el guerreo había encontrado una esposa, y vivía feliz, el príncipe, al contrario, no encontraba una compañera, hasta un soleado día de verano. Caminaba sin rumbo por el bosque, pensando y observando, paró de golpe. Unos metros más adelante, colgaba una pierna de un árbol tupido y alto, el joven observó curioso como la pierna desnuda se balanceaba de un lado al otro, un movimiento suave, hipnotizador. Sin pensarlo caminó en dirección al árbol, vislumbrando que en una rama a escasos metros del suelo, se posaba una joven ojeando con concentración un libro desgastado, para él, ella era un ángel.
Sintiéndose observada, la joven levantó la vista. Encontrándose con un par de ojos que la observaban curiosos, como si ella fuera una aparición. Al encontrarse sus miradas, fue como si el mundo diera un vuelco, ambos estuvieron estáticos, observándose y comenzando a sentir, que estarían juntos hasta que la vida les alcanzase, sin apenas conocerse.
Los meses pasaron y ambos se enamoraron cada día un poquito más, comprendiendo y entendiendo al otro, hablando hasta el alba, compenetrando sus vidas poco a poco, sintiendo la felicidad en estado puro, el amor que todos esperaban, la dicha del compartir.
Pero la reina no descansaba, estaba atenta a cada movimiento, a cada suspiro o rumor que la llevara de nuevo con el príncipe, y con el tiempo, supo donde estaban. Estando segura de su ubicación, alertó a los guardias debían recuperar al muchacho a como dé lugar. Al día siguiente sus tropas partieron al pueblecillo. El joven guerrero, que regresaba al pueblo después de un viaje, divisó a las tropas e intentó alertar a su hermano, pero lo reconocieron y se ordenó su inmediata encarcelación.
Poco antes de llegar al pueblo, los aldeanos avisaron al príncipe, que sin pensarlo huyó con su amada, aprovechando la corta ventaja, llegarían al siguiente pueblo y seguirían por el bosque, pero no pudieron. Los guardias de la reina llegaron antes de poder huir. Intentaron correr, pero ella no era suficientemente rápida, y un guardia la tomó por la fuerza, haciendo que el príncipe parara en seco.
“Déjala” gritó al verla en manos del guardia.
“Ven sin poner resistencia y ella se va, o vete y es nuestra”. Su grotesca cara contorsionada en un horrible gesto de burla y crueldad horrorizó al príncipe.
Presa del pánico, la joven se retorció en manos del rufián, viendo como la duda y la derrota se asomaba por el rostro de su príncipe. Gritó y forcejeó rogándole que se fuera, que viviera por ambos y que ella lo dejaba, que se fuera, ella quería que viviera. Gritó llorando que pensara en ambos, en su propia felicidad. Que lo hiciera por amor. Tenía el camino libre, podía hacerlo, debía hacerlo, gritó llorando.
Pero el amor pudo más con el joven. Rendido caminó hacia las tropas, negándose a dejarla ahí, negándose a vivir por ambos, negándose a ser libre sin ella. Con su último intento, gritó con todas sus fuerzas, que lo amaba, que se fuera, que no iba a ser feliz si él se iba con los guardias, pero un hombre, molesto por tanta insistencia de su víctima, la golpeó y lanzó fuertemente contra el suelo. Los guardias esposaron al príncipe y lo hicieron caminar, pero antes de irse susurró un último “Te amo”. La joven lloró, impotente, viendo como con él desaparecían sus esperanzas, sus sueños, su vida y su felicidad. Frustrada de no poder hacer nada, de haber visto como él se iba sin oponerse, como dio su vida por ella. Quiso luchar, quiso gritar de nuevo, golpear a los guardias, pero nopodía, no tenía ya fuerzas, deseó, al menos, ir con él.

Resignada, siguió su vida en el pueblo, viviendo de recuerdos, sin vivir realmente. Recordando a su príncipe a diario, perdiendo su brillantez, viviendo cada día por inercia, sin tener realmente un motivo para vivir, sonreía para dar fuerzas a su cuñada, pero si estar realmente feliz, ya no lloraba, ya no reía. Pero, al tiempo, recibió una carta enviada en secreto, de su amor. Se dio cuenta de que no podía seguir muriendo en vida, que debía hacer algo. Y así lo hizo.